El ritual de alimentar a las anguilas no era solo un acto de sustento, sino también de respeto mutuo. Los pescadores comprendían que estas criaturas, aunque diferentes a los peces comunes, tenían un papel esencial en el ecosistema del río. Alimentarlas no solo era una práctica de generosidad, sino una forma de mantener el equilibrio natural, un acto de cooperación entre el hombre y la naturaleza.